El análisis de niños ¿Es cosa de chicos?


   El análisis de un niño comienza cuando lo solicita un adulto. En la actualidad esto ocurre preponderantemente por demandas escolares, pero afortunadamente también se encuentran casos en los que los padres o tutores se acercan por motus propio.

   Hay casos en los que los adultos consideran que su participación en la terapia se reduce a conducir al niño hasta el consultorio. Por ende, cuando el profesional los pone al tanto de que se necesitará concretar algunos encuentros con ellos antes de conocer al pequeño, se sorprenden, a veces incluso llegan a incomodarse. Es probable que esto se deba a la lógica que traen: “Es mi hijo el que tiene el inconveniente. Yo lo traigo, usted cúrelo”. Piensan  que en el análisis de un adulto, asiste el adulto y en el del niño, el niño…

Pero… ¿Hasta qué punto funciona esta linealidad?

   A diferencia del adulto, el niño llega al consultorio inevitablemente acompañado. Por ende, la continuidad del tratamiento depende, entre otras cosas, de que aquella figura responsable de traerlo, lo haga.

   Por otra parte, la manera de ser del infante es consecuente con los influjos del entorno. Es probable que el niño que tiene actitudes violentas haya sido testigo de actos de esa índole, o en el peor de los casos, lo haya padecido en carne propia.

   Lo mismo ocurre con un infante que procura llamar la atención con su comportamiento… Es probable que haya sido “invisibilizado” por los miembros de su círculo más íntimo.

   Aquí la idea no es ofrecer una mirada reduccionista de los fenómenos. Claro está que los casos clínicos son mucho más complejos y las variables en juego son múltiples. Solo me permito simplificar algunas relaciones de causa y efecto con un mero fin didáctico.

   Las maniobras analíticas sobre el niño ¡Vaya si ayudan! Pero no son suficientes si no se realizan algunas intervenciones sobre sus progenitores. Sólo por esta vía se logra que los adultos modifiquen algunas maneras de vincularse con sus hijos. Esto no es nuevo, Freud lo explicitó por el año 1934, es sólo cuestión de recordarlo.

   Suele ocurrir que la dinámica familiar se acomoda en función del comportamiento sintomático del infante. A medida que el análisis avanza, el niño puede ir adquiriendo de manera progresiva, recursos que le permitan reaccionar de manera más saludable. Sus nuevas maneras de comportarse tendrán un impacto en el sistema familiar. La resistencia de los padres a acomodarse a la nueva dinámica puede entorpecer la evolución del tratamiento. Por ende, es responsabilidad del analista darles lugar en el consultorio y acompañarlos en ese desafío. 

  Si pensamos en el tratamiento analítico infantil como una película, el niño es el protagonista, pero no podemos perder de vista que los padres son actores de reparto.


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