¿Que nos produce la incertidumbre? ¿Cómo la afrontamos?
La incomprensión y
el desconocimiento suelen incomodarnos, hacernos sentir impotentes y, en menor
o mayor medida, angustiarnos. Esto ocurre porque, al no saber a qué se debió “X”
situación, probablemente tampoco sepamos cómo solucionarla, cuándo volverá
ocurrir y/o cómo la podemos la podemos prevenir.
Para evitar este mal trago, solemos utilizar distintos
recursos.
El pre-juicio es uno de ellos.
Consiste en la elaboración de un juicio (positivo o negativo) de forma anticipada,
tomando información generalizada, sin verificar su veracidad.
Es decir,
en base a unos pocos indicios rotulamos lo sucedido de alguna manera, luego lo apilamos encima de los que ya clasificamos
con dicha etiqueta y… ¡Caso cerrado! No
hay nada más que reflexionar.
Las religiones también juegan aquí un
importante papel. Cada una ensaya una explicación posible de los grandes
misterios de la humanidad: la muerte, el origen y el fin del mundo. Aferrarnos
a alguna de ellas nos permite deshacernos de aquellos interrogantes inquietantes.
De alguna manera la rutina cumple una función similar. Si
bien a veces aburre, hay que admitir que también calma. La repetición de
actividades y la interacción con los mismos sujetos dan la sensación de
que podemos, en alguna medida, predecir lo que nos depara el día.
Frente a una incógnita, pareciera que lo más importante es
tener una explicación, la que sea.
Cualquier respuesta nos permite faltar a la cita con el “no saber” y nos
habilita a diseñar estrategias para afrontar lo que acontece.
A veces perdemos de vista que el “no saber” es inherente a las
personas. No hay manera de librarse de él. De una o de otra manera se
las ingenia para aparecer.
Asumir que gran parte de “nuestro supuesto saber” consiste
más bien en hipótesis posibles y no en verdades absolutas, nos
permitirá ampliar nuestra mirada, respetar el punto de vista del otro y aprehender la realidad en toda su
complejidad.
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